Esta tierra sola y llana se me va
clavando en la carne y ya no tengo
remedio.
A veces, pues vivo entre la ingenuidad
y el desamparo
como funambulista de vuelo
raso, me pregunto quién inventó
que de aquí ha emigrado la vida, estando
como están moviendo los almendros, las yemas
a punto de nieve, solana en los tejados
y ventisca a la puerta y la gatera.
Lagartijas en flor vigilan el centeno
y te abrazo para ir
siendo: en la precisión
de la gévena te encuentro
anudado como sarmiento y cepellón.
Somos tan humildemente altivos, tan excelsamente
insignificantes bajo el cielo liso
y sin protesta…
que en un arranque de vehemencia voy
y te cuento: (-ser cada vez más
como briznas de hierba en el prado
del universo).
Tú te ríes con razón de la falta de la mía
-te ríes con labios
que parecen míos-, yo me dejo
llevar por el ofiuco, las aves del cielo
retornable. Y deletreo
dúctilmente sus grandes abiertas uves
de
viento
ventura
vida
violín
vaivenes
ventana
veleta
voltereta.
Verdes
son los amentos. Cielos violetas.
Pero luego están (además)
los otros: jornadas plomizas en que se nos cuelga
la penumbra
(también ella sabe resistir a pesar del viento).
Se cuelga, digo, de los bordes de las cosas, hilvana
con su cordón de fondo los días que parecen no estrenar
sino algo parecido a la desesperanza.
Y es entonces que se hacen
escasos los sustantivos, entonces cuando pido
(por caridad)
la conjugación
de ciertos –otros– verbos, cuando amanezco
sin frente, aliados
contra
mi cabeza
los columpios relucientes (impecables
de tan poco uso), el silencio
en demasía, los excesos del invierno.
Y pienso,
por no irnos,
que quizá debería explicarte que el desarrollo
del mundo rural es una disyuntiva
esencial en el marco
de la política regional y comunitaria… A ver si empuñando
la urticante verborrea que nos crece
en los hemiciclos acosamos
hasta derribarla la soledad
de esta Esparta,
y entre los dos nos vamos
curando
de tanta falta
de niño.
Susana Gómez Redondo